Nadie le va a poder borrar de golpe y porrazo al sevillismo este comienzo de 2023. Cuando la cosa echaba a andar, por fin, la Europa League se ponía en su camino. Esa aura, la misma que la del Real Madrid en Liga de Campeones, volvía al Sánchez-Pizjuán y de qué forma. Eliminatoria (casi) sentenciada, crecimiento exponencial e ilusión a rebosar. Pobre del que quiera robarles la ilusión.
El negro y el naranja deben ser, más pronto que tarde, colores que el Sevilla debe incorporar a su estilo. Huele sangre cuando la cartelería del Sánchez-Pizjuán se inunda de estos colores. Pase lo que pase y sin importar el rival que tenga enfrente. Puede no salirle bien el plan inicial y tener que reinventarse durante el encuentro, pero se mueve como el que llega a su casa después de un festival de tres días sin dormir.
El PSV no era rival para los nervionenses y nunca lo pudo ser. Ni por tradición europea ni mucho menos por plantilla. Pese a arrancar bien el duelo, se fue diluyendo como azucarillo en café hirviendo. Tampoco Luuk de Jong, el Kanouté de los aficionados holandeses, pudo hacer mucho en su vuelta al Sánchez-Pizjuán a pesar de la falta de físico y de ese rompecabezas que hizo Sampaoli en el centro del campo, totalmente descafeinado sin físico alguno.
La lesión de Badé, la desgracia del mes en clave nervionense, fue la que cambió el partido. La entrada de Fernando le dio más poso al equipo en medio y más seguridad, lo que permitió atacar y subir líneas sin muchas complicaciones. Un PSV reactivo fue cercado en su propio campo con el paso de los minutos hasta que los nervionenses forzaron el error de De Jong al final del primer tiempo, balón para Navas y para dentro la mandó Youssef en el último minuto del primer tiempo. El campeón acababa de llegar.
La entrada de Ocampos al descanso no hizo más que seguir profundizando en la herida que había abierto antes del paso por túnel de vestuarios. Bryan no había encontrado espacios y el Sevilla necesitaba de más peligro en el área, con una segunda pieza dispuesta para el remate. Ahí apareció el argentino, que se sacó un latigazo con la zurda a media vuelta para poner el segundo y firmar, sin ningún tipo de duda, uno de los goles del torneo en el 51′. Gudelj, cinco minutos después a pase del argentino, hizo el tercero para finiquitar el duelo y dar un golpetazo encima de la mesa. Un palo de los holandeses y se acabó. Tanta presencia en la grada para tan poca competitividad en el césped.
Ilusión. El partido en su jardín no deja de ser una muestra más e inequívoca de que el Sevilla está, por fin, encontrando su camino. Sampaoli, sí, y Monchi han encontrado la senda después de vaivenes en sus respectivas parcelas. El 2023 ha comenzado con una recuperación en liga y una clasificación casi asegurada para la siguiente ronda de la Europa League, su segunda casa. Que el ritmo no pare.