Suena el despertador. Son las 4.45 A.M del 31 de mayo de 2023. Me levanto e irrumpe en mi cabeza un pensamiento de lo más primitivo: “Oye, pues he dormido bien”. Me dirijo al baño para tomar una ducha que me espabile mientras escucho la radio. Es ahí, cuando todavía no me he quitado ni la primera legaña, el momento en el que escucho a Juanma Castaño decir: “El Sevilla FC jugará mañana su séptima final de la UEFA Europa League”. Es la primera vez, desde que estoy despierto, que verdaderamente caigo en la cuenta de que el motivo por el que me he levantado a esa hora intempestiva no es para conducir ningún camión de mercancía. Preparo la mochila (tamaño A4, por favor) y, tras un desayunar enfundado en la camiseta local de la temporada 2018/2019, parto dirección al aeropuerto con el anhelo y la preocupación de que todo salga bien: “Papá, con que el chárter me salga a la hora… me doy con un canto en los dientes” “Ya verás que sí, mándame fotos del Parlamento que me encantó cuando estuve”. Por temas de superstición, será la primera final en la que no esté al lado de mi padre: “Organiza algo en casa, y no vayas a verla sólo. Hazme el favor.”
Son las 6.30 A.M del 31 de mayo de 2023. Múltiples revisiones a mis objetos personales más tarde: “¿No se te habrá olvidado el DNI?”. Llego al Aeropuerto Sevilla-San Pablo. Un blanco inmaculado invade todos los mostradores de facturación que mi vista puede alcanzar a ver. Una imagen preciosa en la que, aunque parezca mentira, me invade el pensamiento de: “Pues esperaba más gente”. Según voy avanzando hacia el mío, me encuentro con algún colega que se sienta cerca de mía en el Sánchez-Pizjuán: “¡A ganar, eh!”. Sigo topándome con todo tipo de conocidos, familiares, y sevillistas de mi pueblo que suelen ser fijos en este tipo de citas. Ahora sí, me reúno con mis primos y un tío mío (que tenía razón) para coger nuestros billetes: “¿Cómo que te dan ya el de vuelta? Más de uno… hace noche en Budapest”, y pasar el control de seguridad. Tras conversaciones plagadas de banalidades sobre otros desplazamientos, gafes, contra gafes, y flipar con el precio de la botella de agua en el aeropuerto: “¡Joder, 3,35€!” embarcamos rumbo a la capital húngara.
Son las 14.00 del 31 de mayo de 2023. Tras firmar con un compañero de vuelo el tener una cerveza en la mano a las 15.00 P.M, salimos del aeropuerto. Cogimos un Bolt (Análogo a Cabify en España) y, tras un breve ejercicio de turismo, contentar a mi madre con alguna foto: “Te dije que era la típica ciudad que te encanta”, sumado a algunas clases de historia de mi tío, encaminamos la calle de la Basílica de San Esteban, dónde pudimos encontrar la primera gran reunión de sevillistas en la ciudad. Paradita reglamentaria para hidratarse; comer algo, y disfrutar del ambiente, por supuesto.
Son las 19.00 del 31 de mayo de 2023. Tras localizar una zona cercana a la Ópera que los sevillistas hicimos nuestra a base de cantar, consumir cerveza, y una ilusión desenfrenada. Quedé en múltiples ocasiones en la pancarta que rotulaba a nuestro querido entrenador vestido de torero titulado con el anglicismo “Mendilovers” (enhorabuena a los responsables por el ingenio) con un par de mis colegas de siempre hasta que la policía húngara nos agrupó a unos cuantos rumbo al Puskás Aréna. Y más gente cantando. Y más gente feliz. Y más gente agradecida por la oportunidad que el fútbol le brinda. Y gente grabándonos, haciendo el mono. Entre toda la algarabía del cortejo, hubo una, entre la marea de camisetas blancas, que me llamo poderosamente la atención, su lema: “THE CHAMP IS IN TOWN” evocó en mí una valentía que, previa instantánea para mis redes sociales calmó un poco el miedo que sentía a esa hora de la tarde.
Son las 20.45 del 31 de mayo de 2023. La emoción. “Oye, pues no se ve tan mal”, pero rodeado de desconocidos (Gracias, UEFA…). Desde ese momento, al pitido final, serían como mis hermanos. Suena el himno del centenario. Se emocionan a mi alrededor. Me emociono yo. La sensación de estar a las puertas de la gloria me invade, y no puedo controlarlo. Se estira el tifo en la grada baja. El cual, sinceramente, no alcancé a distinguir ningún detalle en directo por el ángulo en el que me encontraba: “Joder, qué pena”. Salen los jugadores al campo, suena el pitido inicial, y comienza el partido.
Son las 21.35 del 31 de mayo de 2023. La consternación. Primer (y único) gancho a la barbilla. Nunca he vivido un sentimiento de desolación tal en un campo de fútbol. Surgió dentro de mí, un pensamiento tan egocentrista cómo: “No me puedo creer que vayamos a perder la única final europea a la que he venido”. Pasaron por mi mente recuerdos de finales pasadas a las que asistí, (derrotas ante el Barcelona en Copa del Rey) y me recorrió un escalofrío por el cuerpo.
Son las 22.10 del 31 de mayo del 2023. La esperanza. No sé qué pensarían los desconocidos que estaban al lado mía, pero la euforia desbocada se apoderó de mí y acabó desembocando en un llanto desconsolado de aquel que lo veía todo perdido en el descanso. Sí, lo reconozco, cometí el error de no creer en este club: “¿Ya han sacado de centro?”
Son las 23.45 (más o menos) del 31 de mayo de 2023. El cansancio. Tras dos horas de final, el partido se va a los penaltis. El sentimiento de sufrimiento fue tal en aquella sucesión de faltas interminable que, por momentos, desee más el final que la victoria. Sin embargo, la muerte súbita fue el momento de más tranquilidad y seguridad de todo el día. “All in” a que se debía a la extenuación. Veo a los nuestros entonando el ya célebre: “Aquí está la mejor banda”. Me uno, y pienso, por última vez en el día: “¡Que me quiten lo bailao´!”
Son las 00.01 A.M del 1 de junio de 2023. El éxtasis. Me arrodillo, y empiezo a notar el calor de diferentes abrazos de desconocidos. Voy tomando consciencia de lo conseguido. Llamo a mi padre por cuarta vez desde las nueve de la noche. Tengo que colgar porque no me salen las palabras. Me dirijo grada arriba dónde ya había localizado a parte de mi familia. Llegué, y le recordé a mi tío de un abrazo que sigue teniendo razón. Después de varias fotos, abrazar a más hermanos anónimos, y por fin poder hablar con mi padre, levantamos la copa. Se consuma la hazaña, y comienza la fiesta. El Sevilla FC es campeón de Europa.
Son las 12.30 P.M del 1 de junio de 2023. La paz. Me meto en la cama. La noche ha sido larga. El aeropuerto del que salíamos no estaba preparado para trasladar a seis/siete mil sevillistas en una noche. No importó. Una estúpida sensación del deber bien hecho reinaba en el ambiente, y se sucedían los: “Y todo esto, habiendo ganado. Imagínate si hubiésemos perdido…”. Esa última frase es la que se me viene a la cabeza antes de caer rendido, con la alarma puesta para llegar a buena hora Puerta de Jerez: “Las 17.30 es buena hora, ¿no?”