Cambalache, problemática, y febril. La presente campaña parece empeñada en llevarnos a los sevillistas en montaña rusa, cuyo punto más alto roza con la yema de los dedos la mediocridad. Y es lo que hay, es lo que toca. Lo del jueves en Estambul no fue más que la enésima muestra de lo que les comento en lo que llevamos de ciclo. Hay que asumirlo.
Sin embargo, ya saben que siempre ha habido chorros maquiavelos y estafáos, sabios e ignorantes, o contentos y amargáos. Si han tenido el detalle de leer mi primera entrega en esta sección de opinión, habrán notado dos cosas: que el uso del usted para la segunda persona en este tipo de artículos es mucho más adecuado (gracias, Javi) y que puedo parecer más de lo segundos que de los primeros que menciono. Pues lo que hoy les tengo que contar no puede estar más alejado de esa realidad.
Que sí, que cualquier equipo tiene más fortalezas, argumentos, variantes táctico-técnicas. Lo que quieran. Pero permítanme romper una lanza a favor de aquellos que portan nuestra elástica (¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello a la razón!). Teniendo en cuenta la situación, el estatus, y otros miles de factores que les pone en una insólita situación, los veo capaces de reaccionar a los golpes. O al menos, no encajar un knockout a las primeras de cambio. Cualidad imprescindible para ganar un (cinco, por favor) partido de fútbol. A algo habrá que amarrarse, oiga. Habrá que poner en valor remontar un partido que pierdes desde que el viento ondea los billetes del BarçaGate, o conseguir salir con vida del infierno otomano con más (muchos más) defectos que virtudes, y en medio de una lluvia de mecheros.
Mi visión está probablemente sesgada por el hecho de que en escasas horas estaré partiendo a Getafe, pero me sale confiar en los míos este fin de semana. Como si juega un burro, o un gran profesor de la caprichosa, como cuando era un chavalito inocente, vaya. Y sí, soy muy capaz de volver la semana que viene y tirar la toalla con todos, y lamentando cada maldito segundo de inocencia que le concedí a nuestro amado club.
Tomémoslo como una vuelta más en esta montaña rusa cargada de maldad insolente, tú eliges: seguir en ella o bajarte víctima de la fatiga. Yo lo tengo claro.