Jorge Sampaoli no es el problema del Sevilla FC. No lo era hace unas semanas, cuando el equipo empezaba a dar síntomas de estar perdido, y tampoco lo es ahora. El fútbol tiene muchos puntos de vista y es conveniente analizar todas las variables, pero en ninguna de los escenarios analizables el técnico argentino es el gran mal de un equipo que, de no tomar medidas en este parón internacional, oposita claramente a descender a los infiernos.
Hace unos meses, hasta los más creyentes de Julen Lopetegui no veían otra solución que la de su cese. El Sevilla necesitaba una revolución anímica ante una más que cuestionada planificación. No había que cambiarle la cara al muerto, pero sí maquillarla un poco. El muerto iba a seguir muerto, pero iba a lucir más guapo. Eso esperaban Castro y Del Nido Carrasco hace cinco meses, cuando decidieron traer de vuelta a Sampaoli.
El equipo sigue en el mismo punto, prácticamente. En el Sánchez-Pizjuán ha logrado remontar algo el vuelo, pero depende exclusivamente del nivel de acobardamiento de los rivales cuando visitan Nervión. Osasuna no entró al trapo y se llevó los tres puntos hace semanas y al Almería no le dio con lo que tiene. Si hubiese estado algo más acertado, probablemente, este artículo no tendría sentido a día de hoy porque el de Casilda estaría empacando sus enseres. Fuera de casa, en cambio, es cuando lucen las amplias carencias de la plantilla.
Como detractor inquebrantable de la palabrería y defensor a ultranza de la competitividad, el estilo de Jorge Sampaoli y de los entrenadores cortados por el mismo patrón y mi visión del fútbol jamás casaremos. Para mi suerte, en el fútbol actual, cada vez quedan menos predicadores de la verdad y más currantes.
Pero la cuestión va más allá del que se siente en el banquillo del Sevilla el sábado 1 de abril en el Nuevo Mirandilla. Da igual si es Sampaoli, si es Bordalás o si es el entrenador del Calavera. El problema es más profundo aunque lo que urja, como no puede ser de otra manera, es salvar la temporada y eso pasa por la salida del argentino. Aunque ocurra, que el árbol no nos impida ver el bosque. La limpieza en verano tiene que empezar desde la cabeza pensante hasta el último varal.