Tras muchas noches de gloria, anoche salió cruz. Un verdadero misterio que ocurre siempre en el mismo sitio. Como una especie de mutación. Algo falló cuando alcanzar la cima solo dependía de ti mismo. En parte, son las consecuencias de intentar tocar techo sin descanso año tras año, cosa que no está disposición ni de los más grandes transatlánticos del fútbol. Esa casta y coraje que tantas veces se llevó por delante a colosos del fútbol europeo se convirtió, en esta ocasión, en la mayor de las crueldades para escribir otro capítulo a una historia que parece no querer terminarse. Pero nadie duda que ―tarde o temprano― se volverá a levantar.
Más allá de lo deportivo, hay algo que llama la atención y que transciende del fútbol en sí. Hoy nadie hablará de penaltis clamorosos, ni de atracos, ni de expulsiones perdonadas. Curioso a más no poder si vemos lo que ocurrió hace escasas semanas. Al sintonizar cualquier medio nacional, no parece que ocurriese nada así. Silencio absoluto. Pero eso ya lo sabemos. Como para no saber cómo funciona todo después de tantos años. Cambiar eso no depende de ti; levantarse después de caerte, eso sí.
La posverdad se conoce como:
“Contexto cultural e histórico en el que la contrastación empírica y la búsqueda de la objetividad son menos relevantes que la creencia en sí misma y las emociones que genera a la hora de crear corrientes de opinión pública”
La posverdad supone un emborronamiento de la frontera entre la verdad y la mentira. Una en la que un hecho es aceptado de antemano en nuestra mente sin importar el camino que nos ha llevado a aceptar estos hechos, ni siquiera si son verdaderos o falsos. Tienen detrás un potente aparato mediático y propagandístico que las respalda, haciendo todo lo posible por que estas verdades sesgadas parezcan explicar la realidad con naturalidad. Platón ya decía que la verdad es independiente de nuestras opiniones. Estará siempre ahí aunque nadie crea en ella. Es una visión muy idealista, pero en el mundo real muchos aceptamos por verdades cosas sin reflexionarlas. Por eso, a veces nos quedamos con verdades sin saber qué camino nos ha llevado hasta ellas y a aceptarlas como lícitas. En el mundo de la posverdad literalmente cualquier idea manipulada puede dar paso a un discurso válido sobre lo que ocurre en la realidad, siempre y cuando los altavoces por los que se transmite sean lo suficientemente potentes. Son muchos años viviendo cómo cerebros perdidos buscan cabezas vacías.
Tras vivir cómo un penalti inventado colmaba portadas y abría diarios hace dos semanas, cómo un video manipulado por el mismo club circulaba por redes sociales y cómo una campaña mediática comenzaba a prepararse para que hiciese efecto si fuera necesario… ¿qué hubiese pasado si hay una expulsión perdonada a Koundé en lugar de a Mingueza? ¿Y si hay una mano en el área de Fernando en vez de Lenglet? Lo que hubiese pasado en el partido es imposible de saber porque sería jugar a adivinos. Pero lo que sí es seguro e indudable es que hoy habrían ardido las redacciones nacionales. La única diferencia: el color de la camiseta.
En este caso, hoy se abrirían telediarios hablando de un atraco histórico, y el encargado de ejecutarlo estaría en el punto de mira de las portadas nacionales; bastante más cerca de la nevera que de un campo de fútbol. Mientras tanto, solo queda contemplar portadas y medios alabando una remontada de época. Como si no hubiese pasado nada. La despedida soñada de Messi. El resurgir de Koeman. El despertar de Piqué. Menosprecios en redes sociales ―que están justificados solo en función del color de quién los haga― y ser ridiculizado en programas nacionales. El mismo desprestigio y ninguneo. Hasta cierto punto es lo que toca cuando pierdes de esta manera. Pero no deja de ser llamativa la frecuencia con la que se repite la historia. Que donde siempre pase lo de siempre.
Posverdades aparte, la influencia del árbitro en el partido en realidad fue escasa. Ni mucho menos fue el máximo responsable. Absolutamente todo lo que ocurrió en el partido fue consecuencia de las malas decisiones de los rojiblancos. Una sucesión de hechos absurdos ―desde la lesión de su portero titular hasta la expulsión de Fernando en el último minuto― en lo que parecía la crónica de una muerte anunciada. Hasta el que nunca falla, falló. Dependía tanto de sí mismo que nunca se lo creyó. Todo lo que pudo salir mal en el campo salió, pero lo que habría ocurrido en los medios en caso de que las camisetas estuviesen cambiadas está fuera de toda duda.
Dicen que una mentira contada cien veces se convierte en verdad. Ser partícipe de un circo mediático siempre será responsabilidad individual de cada uno, pero la verdad solo tiene un camino. Ser un cerebro perdido o una cabeza vacía está en la mano de cada persona. Cada uno elige lo que quiere ser. Y llegará el momento en el que nadie se acordará de este partido.
Por eso, en el fondo, ni merece la pena ni tampoco afecta tanto todo esto. Saber lo que es el Sevilla F.C. aporta la suerte de no ser ni un cerebro perdido ni una cabeza vacía; esa perspectiva de lo que es el fútbol de verdad y no ese fútbol que muchos compran. En realidad, tampoco se puede cambiar mucho lo que hay. Porque intentar luchar contra esos altavoces sería como predicar en el desierto.
Ahora solo queda reconvertir ese veneno en fuerza para seguir creciendo. Porque, al menos en Europa, parece que se respeta el rojiblanco más que en su propio país. Tan curioso como cierto. Pero también ―todo hay que decirlo― el rojiblanco se achica menos. La seña de identidad durante muchos años ha sido saber mirar a la cara a grandes equipos. En el ámbito nacional, todo se esfuma para convertirse en el invitado indeseado que es incapaz de rebelarse. No hay que irse muy lejos para ver cómo en Budapest se rozó la machada sin arrugarse ante el mejor equipo del mundo. Ahora, el ilusionante futuro no puede permitir quedarse estancados en el presente. Habrá muchas ocasiones de redimirse de lo ocurrido porque, lo bueno del fútbol, es que siempre te regala una segunda oportunidad para resarcirte.
Algunas veces habría que tragar veneno después de tantas noches de gloria. Muchas familias puede que pasaran una noche para el olvido. Pero, esas mismas, son las que vivieron la otra cara de la moneda tantas otras veces; con goles de porteros, remontadas épicas en el último segundo y lágrimas de alegría. Ahora habrá que saber gestionar qué es estar… al otro lado del destino.