Las dobles caras, ni en el fútbol ni en la vida. Al Sevilla le cuesta definir lo que quiere ser. No encuentra una forma de juego o un estilo reconocible. Dortmund y la primera mitad ante el Athletic a un lado; Mallorca, al otro. Sampaoli lleva poco tiempo, pero al igual que se llevó un punto ante el Valencia pudo haberlo perdido. Reaccionó a tiempo, pero los errores propios y arbitrales pudieron arrebatárselo. Por suerte ahora está Bono.
Si el Athletic es la revelación de LaLiga, el Valencia no anda muy lejos. La intensidad de Gattuso y la calidad que tienen arriba le han hecho ser uno de los equipos más atractivos de la temporada. Ahora, con Cavani fino, aún más. No era el rival que necesitaba un Sevilla que, en ese camino de encontrarse, tiene que empezar a encontrar certezas. A los cinco minutos, mientras el equipo se recolocaba y se asentaba, el delantero uruguayo le comió la tostada a Carmona, con Bono saliendo a por uvas, y los de Sampaoli encajaron el primero. Las esperanzas, como el canterano, necesitan de paciencia y de no encubrirlos como a dioses.
El Sevilla está hundido en un pozo. No lo vemos, pero lo está. Sampaoli es el bombero que trae la escalera, pero no sabemos si va a llegar al fondo. El equipo quiere, pero no tiene armas para alcanzarla. Se hizo daño a sí mismo, con un Valencia que vertía más agua a ese oscuro agujero. La presión ché, el desorden de los futbolistas, la nula presencia de iniciadores claros… No le salió nada en la primera mitad. Cuando el argentino hablaba de que se tenían que mirar a ellos mismos y que estaban más cerca de dar un paso atrás que uno hacia adelante estaba en lo cierto. Rafa Mir, que jugaba de titular tras muchos encuentros sin participar, tuvo dos ocasiones clarísimas que si Mamardashvili no tiene el día le hubiesen dado la vuelta al encuentro.
Carmona fue el primer damnificado antes del descanso por su nivel de forma. Es joven, necesita paciencia y equivocarse. Sampaoli le llamó la atención, pero el paso por el túnel de vestuarios se iba a cobrar más víctimas. Había que agitar el árbol.
La entrada de Lamela y Delaney, que sigue aquí y no en Dinamarca, iba a suponer un soplo de aire fresco. El argentino creó peligro con sus movimientos, el danés tenía muy clara su labor en el medio y el Sevilla iba a desquitarse de sus males. Sabía que era cuestión de matar o morir. La presión de no ganar en casa, el aliento de los suyos cada vez que asomaban al área valencianista y la necesidad de puntos tiraron del carro. Apretó en los costados, se desvivió en la presión y se logró el tanto del empate por parte de Lamela. Los propios futbolistas creyeron en que podían darle la vuelta por el aliento de los suyos.
El Valencia, muerto. Soto Grado, desatado con un partido lamentablemente dirigido, vestido de resucitador profesional. El error de Navas al filo del encuentro, con el Sevilla volcado, imperdonable. Papu Gómez derribó a Kluivert, el árbitro señaló la falta y expulsó al argentino, lo llamaron del VAR para revisar la jugada, le quitó la roja al primero y señaló penalti y roja a Kike Salas. La incredulidad se apoderaba de todos porque la jugada, según el silbato del árbitro, terminó con el tiro de Kluivert. El ‘casi robo’ lo evitó Bono, con un paradón a Gayá. A ver qué opina Rubiales de lo que le han hecho a los palanganas.
Hay que replantearse el futuro a corto/medio plazo. El Sevilla compite, pero a ratos. Hay que pelear, salir de esta vorágine de negatividad y encontrar certezas. No puedes ser la luna y el sol en todos los encuentros que disputas.