Corría septiembre de 2012 cuando un pequeño y, cada vez más sevillista, chaval de once años salía por la antigua puerta de los títulos del Sánchez-Pizjuán cogido de la mano de su padre, y acompañado por sus tíos. El gusanillo del fútbol comenzaba a penetrar en él inexorablemente, y comenzaba a ser una motivación para cada fin de semana que se sucedía. El chiquillo encaminaba la Avenida Eduardo Dato exuberante. No era para menos. Su Sevilla había debutado con victoria frente al Getafe por 2-1, y sus futbolistas favoritos (Jesús Navas, y Álvaro Negredo) habían hecho, bajo su opinión, un partidazo. Los males, que para el muchacho eran menores, se los achacaba a un árbitro que, como le dijo a su padre. “Era muy malo”. Ese estado de euforia y alegría se tornó en la más pura de las consternaciones cuando uno de sus tíos (Dioni) le dijo a su padre: “Hermano, este año… 42 puntitos, eh” El niño, inocentemente, le preguntó a su padre qué significaba aquello de “42 puntitos, eh” a lo que este le respondió: “Pues que a ver si no descendemos, hijo. Que con 42 puntos nadie desciende”. Ese inocente imberbe, era un servidor.
La temporada acabó y, si bien no estuvimos en la pelea final por descender, la temporada fue bastante mediocre, con un cambio de entrenador, y sin más gloria que unas semifinales de Copa del Rey en las que el Sevilla no tuvo mucho que hacer frente un Atlético de Madrid que acabó alzándose campeón del torneo. El equipo consiguió acabar noveno. Una posición con la que, a priori, mi padre en su juventud habría entonado en el estadio aquello de: “Otro año igual” que los jóvenes hemos escuchado, pero con una connotación muy diferente. Sin embargo, aquel año fue distinto, concurrencias administrativas de Málaga en primero, y Rayo Vallecano después, empujaron a este mediocre Sevilla a reencontrarse con la competición que, durante la próxima década, haría tan suya como el mosaico de preferencia. Llegó la campaña de abonos de la siguiente temporada, y lo hacía con el lema de: “¿Comenzamos de nuevo? Lo mejor está por llegar.” El esto, es historia.
Y aquí está (la mejor banda), como diría Calamaro: diez años después, un Sevilla distinto de aquel, pero casi igual. Y es que la casualidad; o como escribí la semana pasada, la divinidad, nos ha vuelto a juntar con nuestra amada competición. En un año en el que he vuelto a escuchar, por primera vez en diez años, aquello de: “Este año… 42 puntitos, eh”. Con la sensación de que algo se va a incendiar, de que no podemos dejar escapar esta oportunidad, de que, si todo se ha dado de esta manera, es que está para nosotros. Con esa recuperada exuberancia perdida durante todo el año cuando encamino la Avenida Eduardo Dato saliendo por la antigua puerta de los títulos. Con esas ganas locas de seguir soñando, más que de seguir durmiendo. Con el mismo mimo y cariño que siempre le hemos tenido a nuestra competición, todo se va tornando del mismo tinte rojo y blanco diez años después.
Diez años después, con el futbolista favorito de aquel joven corriendo por la misma banda derecha del Sánchez-Pizjuán. Diez años después, con el mismo semblante, y clase croata del centro del campo. Diez años después, con un goleador difamado primero, e idolatrado después. Diez años después, con el mismo 4-2-3-1 de un muy querido míster vasco que pasa de inventos ni ñoñerías. Diez años después, en los que la gloria vuelve a pasar por Turín. Diez años después, lo mejor está por llegar.