Sin hacer ruido, sin un peinado extravagante, sin ostentación. Suena la samba y a todos se nos van los pies, sobre todo a los brasileños, es algo innato. A todos menos a uno. Fernando Reges es ese tipo de personas que hacen todo lo posible para escapar de los tópicos culturales que nos rodean. Mientras otros llevan plumas y colores llamativos en su disfraz de carnaval, Fernando no se deshace del mono de trabajo que luce a diario. Mientras otros beben caipiriña, él se mete un chupito de aguardiente por la mañana temprano, se mete un par de puñetazos en el pecho, y se pone a trabajar. En silencio, con serenidad, con sensatez.
Aún así, y aunque a él no le guste, Fernando no puede escapar del foco. La experiencia del futbolista nacido en Brasilia, lejos de provocar peso en las piernas y apatía mental, dotan al centrocampista de un extra más en sus capacidades como jugador. Sus años, lejos de limitarle sobre el césped, le permiten ser aún más inteligente posicionalmente, entender mejor el juego, empatizar con el compañero, y sacar más rendimiento a sus inmensas virtudes. Fernando marca el ritmo del Sevilla FC de Julen Lopetegui.
Jugar fácil está al alcance de muy pocos. Hacerlo bien, siempre, es algo exclusivo de ciertos elegidos. El mediocentro con pasado en Porto, Manchester City y Galatasaray, entre otros, es uno de esos elegidos. Si la pareja de centrales necesita que el brasileño se intercale entre ambos para reforzar al equipo en bloque bajo, ahí está Fernando. Si por el contrario, Koundé y Diego Carlos precisan oxígeno en la salida de balón, ahí está Fernando. Cuando Jesús Navas o Acuña deciden subir la banda, a veces a la vez, saben que tienen las espaldas bien cubiertas porque ahí está Fernando y si en alguna ocasión hay que romper líneas con la conducción del balón para lanzar la jugada, ¿quién está?: Fernando. Si hay que desahogar el juego, ahí está Fernando, si hay que rematar de cabeza, también, y si toca definir dentro del área con maestría, ahí está Fernando. Omnipresente. Como Dios.
En Sevilla no hacen falta hacer tres bicicletas estériles, en Nervión no es condición sine qua non haber nacido en Brasil para levantar al aficionado del asiento, ni siquiera es imprescindible haber sido convocado alguna vez con su selección para catalogar a un futbolista de estrella. Fernando, sin plumas ni caipiriñas, sin pegar un grito ni exigir nada a cambio, ha decidido convertirse en el mejor centrocampista defensivo que ha pasado por el Ramón Sánchez-Pizjuán. Sin reclamarlo. Con su mono de trabajo y su chupito de aguardiente. Él, que no le gustan los tópicos, ha dejado claro al aficionado que la edad no tiene por qué estar directamente relacionada con la calidad, y que la calidad, tampoco determina la posición a ocupar sobre el verde. Desde su lugar, Fernando pone la música para que otros bailen, ejerce de piñón para que el engranaje funcione, enciende la cámara para que otros entren en acción. Y lo hace con brillantez, pero en silencio, con serenidad y sensatez. Con eficacia y perfección. Sin samba, pero con mucho fútbol. Siempre está Fernando.