Al margen de sufrimientos y éxitos, la temporada 22/23 del Sevilla FC viene marcada por las divisiones. Entre equipo y entrenadores; entre entrenadores y directiva; entre directiva y accionistas; entre accionistas y aficionados; entre la propia afición; y entre la propia directiva. El año en el que el castillo de naipes parecía derrumbarse y que terminó restañado puede contar con el giro más dramático posible: la salida del alma máter.
No tienen que ser unos días fáciles para Monchi ni mucho menos. Comunicar, por segunda vez, su intención de salir del Sevilla tiene que venir dada por una acumulación de desencuentros, agotamiento mental y momentos de incertidumbre. Ser director deportivo significa dar la cara en las derrotas y no salir en la foto de los éxitos. Monchi, que es más que un director deportivo, ha dado la cara siempre por el Sevilla FC. Lo ha hecho con la mejor de las caras o de la mejor forma que sabía hacerlo. No fueron Castro ni Del Nido Carrasco los que pusieron encima de la mesa tener más poderes de los que tiene un director deportivo al uso para volver al equipo de su vida cuando salió de la Roma, pero sí son culpables de aceptar aquella tropelía que, a la larga, iba a traer consecuencias y que significaría, ni más ni menos, un ejercicio de ocultismo digno de tiempos en los que los totalitarismos empezaban a derrumbarse.
El problema que tiene Monchi es que es sevillista antes que director deportivo. No lo digo yo. Él mismo lo ha repetido hasta la saciedad cuando desde Madrid atacaban su gigantesca espalda. Cualquiera que eche la vista atrás y vea lo que ha sido la temporada del Sevilla FC puede ver que el gran problema ha sido la desunión. Al motor de más de dos décadas de éxitos, aquél con el que se comenzó a vivir un sueño eterno, ‘se le ha ido la junta de la culata’ y está para tirarlo. El poder, o sus ansias, han corrompido a unos y a otros: desde los creadores de ínfulas y agitadores en redes sociales hasta los que tienen ‘la pela’. En este escenario, que requiere apretar el yugo en el cuello del otro, no quiere estar Monchi. Entendible, loable y respetable.
El momento es el oportuno. Quiere salir habiendo arreglado un problema creado por él en agosto y acrecentado por los que ‘la tienen más grande’ en octubre y porque no se siente con la confianza dentro de su empresa, que coincide con una de las partes más importantes de su vida -sentimental y laboral-. Esa pérdida de confianza de sus jefes, los que lo volvieron a poner en el sillón que decidió aparcar, y todo el olor a la guerra pasada y a la que está por llegar -como dice Pérez Reverte- son sus principales convicciones, además del doble sufrimiento que vive durante todo el año. Tiene que desgastar, y mucho, todo esto que, aunque ahora obviamos porque seguimos recordando el penalti de Montiel, ha pasado hace dos días.
El poder corrompe y resquebraja. Monchi ha tenido las llaves del club y siente que no puede continuar encargándose de todas las funciones que él mismo pidió. Son las consecuencias de estar en lo alto de la pirámide las que le hacen, antes de que comience la temporada, levantar la mano y pedir un cambio. Lo único que no se entiende a pesar de los éxitos es que se haya renovado a un entrenador sin tener confirmado a un director deportivo que puede estar en desacuerdo con su idea o que quiere, simplemente, apostar por otro.
Se ha ganado, como nadie, decidir dónde, cómo y con quién quiere estar. Alejó el debate del mediático, lo centró en lo verdaderamente importante y ahora, con todo en calma, alza la voz. El poder y sus consecuencias, ni más ni menos. Como diría Platón, “allí donde el mando es codiciado y disputado no puede haber buen gobierno ni reinará la concordia”.