Mendilibar rotó, pero no poco a poco, sino que puso un once que, salvo tres o cuatro pinceladas, no vale nada. Hicieron méritos de equipo de la quema, de la zona pantanosa. Abismal es la diferencia entre los titulares y los que están ya postrados a la indiferencia, descartes absolutos.
De atrás hacia adelante, el equipo da vértigo, pero del malo, del que produce pérdida del equilibrio, mareos y náuseas. Rekik, que debería irse este verano con la baja médica bajo el brazo, falló en el gol, que se puede uno aferrar a lo que suele suceder en el fútbol, falló en el 40’, como mero espectador y dejando solo a Joselu rematar a placer, empeoró a Gudelj y comprometió a todo el que tuvo a su alrededor. Lo único bueno que hizo es no lesionarse.
En el lateral, Telles, jugador limitado que si encima le pones por delante a Bryan, que no es sólido atrás, aumenta sus deficiencias defensivas. No da pie con bola. Lo mejor que se le ha visto ha sido jugando por delante en el doble lateral o incluso de interior, como lo hizo en Almería. En junio, adiós muy buenas. De Gueye se pueden sacar desavenencias en cuanto al rendimiento de sus últimos encuentros, incluso de su primera parte, que fue un bluf. Mejoró en la segunda y fue capitán general del barco. ‘Fifty fifty’. También es criticable la participación de Óliver Torres, quien no parece caer en gracia para Mendilibar, en cuanto a lo táctico se refiere, ya que sus apariciones se resumen en sobras. Pero nada comparable con la guinda del pastel, el bueno de Rafa Mir, intoxicando en el juego su apatía, desacierto e irregularidad. Sabe que no tiene hueco en este Sevilla y debe ser una venta urgente.
El equipo mejoró en cuanto Mendilibar tocó lo que había en el campo, con dos simples pinceladas que fueron En-Nesyri y Acuña. Lo suficiente. Sangre fresca, aunque con muchos minutos en las piernas, para agotar a un Espanyol comprometido con el descenso. A nadie cogería de imprevisto el 1-2 con el que se marchó el Sevilla al descanso porque, el equipo B, está para poco o nada.