Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. No puede ser. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Que no, que esto no es real. La última vez que cuento, que a la tercera va la vencida. Eindhoven, Glasgow, Turín, Varsovia, Basilea, Colonia y Budapest. Pues sí, ahora sí me salen las cuentas, pero es imposible que el Sevilla FC gane siete Europa Leagues. Estas cosas solo ocurren en sueños.
Es complicado volcar unas líneas sobre una de las mejores finales de la historia de la Europa League. En cuanto a duración, sin duda, es histórica, pues sin contar los penaltis se superaron ampliamente los 140 minutos de juego, pero lo que vimos en Budapest fue digno de una batalla en un coliseo de la Antigua Roma. Romanos y nervionenses estuvieron durante todos y cada uno de los minutos librando la batalla de sus vidas. Desde Rakitic a Mancini, uno de los protagonistas inequívocos de la noche turca, pasando por Fernando o Dybala. El argentino fue el gladiador estilista, el que libra el combate desde el estilismo de sus movimientos. Ligero como una pluma, asestó el primer y único estacazo al león. Iluso Rakitic, que creía que Anthony Taylor, con un arbitraje a la altura del encuentro, iba a señalar falta de Mancini.
El león, herido y casi que cohibido por el ambiente, reaccionó. El rey es el rey por algo. Infunde miedo y respeto a todos los mortales cuando sale a escena y se libera de complejos. Rakitic la estrelló en el palo desde fuera del área cual rugido de león avisando de su fiereza. Seguía vivo y en pie.
En la segunda parte de esta duelo a cinco asaltos, el león se libró de sus propias cadenas. El gladiador se había desgastado en el primero y sabía que ahora era vulnerable cuando las piernas empezaron a fallar. Ahí es donde empezó a perder el duelo, aunque no lo sabía. Le llovió un golpe desde su derecha que no pudo salvar de ninguna de las maneras. El incansable, eterno e histórico Navas, quién si no, iba a romperle el escudo a la Roma con un centro que Mancini se encargó de anotarse en propia puerta. Los rivales del gladiador, apilados en el coliseo, respiraron aliviados: se habían dado cuenta de que el final estaba escrito y que, en igualdad de condiciones, la batalla caería del lado de la bestia.
En el tercer y cuarto asalto -la prórroga- las heridas en ambos eran mortales. El cansancio de más de 140 minutos, además de las artimañas del gladiador para poder respirar. empezaba a ser mortal. El león sufrió en sus carnes el verdadero dolor, pero su fiereza y su aura de rey de la selva le llevó al último asalto tras esquivar un espadazo en el último momento. La muerte súbita estaba a punto de llegar.
Los propios colegas del gladiador sabían el destino. Miraron al león y al escenario y se dieron cuenta, tarde, de que no tenían nada que hacer. Los ojos inyectados en sangre y el instinto asesino de anticiparse a cada movimiento de su adversario hacen al león ser león. Dos ataques bloqueados y la espada del gladiador en el suelo. Era el momento del ataque final. No acertó en el primer zarpazo, pero inmediatamente repitió con la otra. El coliseo vibró con cada golpe y estalló con el mordisco final. El león, también el de San Fernando, había ganado al gladiador, nacido en la tierra de Rómulo y Remo.
Lo conseguido por el Sevilla FC es historia del deporte. Transciende más allá del fútbol. Ha ganado la Europa League en las siete ocasiones que ha disputado la final o ha llegado a cuartos de la competición. Nadie, en toda la historia del deporte, ha realizado tremenda hazaña. Debe ser un sueño, porque es tan bonito que parece irreal.