Para un mudista confeso y practicante han sido duros estos últimos días. La marcha de Franco Damián Vázquez Bianconi del Sevilla FC ha sido especialmente complicada para aquellos que compartimos esa devoción por el argentino. Existen futbolistas especiales, distintos, que se salen de lo general y que te hacen vibrar con su mera presencia. El de Tanti ha sido uno de esos con los que he vibrado, con los que he sentido que el fútbol donde el regate era el protagonista podía volver y tenía cabida.
Ese sentimiento de nostalgia y romanticismo era real. Sus andares, un tanto chepado y con los hombros caídos, iban a ser una de las muchas justificaciones sin fundamento de aquellos que han atacado su figura durante su estancia en Nervión, pero para aquellos que nos salimos de lo meramente estético era una seña inequívoca de que iba a ser un futbolista estrambótico. Desde Trondheim, el primer partido oficial que disputó el argentino con el Sevilla, hasta el Sánchez-Pizjuán, el último, pasando por Old Trafford, donde consiguió con sus compañeros hacer historia llegando a cuartos de final de Liga de Campeones, demostró que los prejuicios son una mera construcción social.
Los genios suelen ser unos incomprendidos y el caso de Franco Vázquez es uno clarísimo por todo esto. ¿Cuántos futbolistas con la mitad o un cuarto de la calidad del de Tanti han pasado por Nervión y se han ganado el aplauso unánime del Ramón Sánchez-Pizjuán? Muchos. Pero muchísimos. El arte a veces no se sabe apreciar aunque lo tengas delante de tus narices. No todo el mundo aprecia un cuadro de Velázquez o de Van Gogh.
Con esto puede parecer que estoy imponiendo mi gusto futbolístico por encima del de los demás, pero son argumentos contra esos que han ido a degüello a por el Mudo desde que puso los dos pies en el aeropuerto de San Pablo. Esos prejuicios, que son totalmente falsos y que en mi opinión utilizamos para la diferenciación entre los seres humanos, les han arrebatado a aquellos que no querían perder la razón momentos de gozo que muchos otros sí que hemos disfrutado.
En este fútbol que intenta imponerse en los tiempos que corren donde predomina el físico y se castiga a los regateadores quedamos algunos que seguimos convencidos de que no se puede ir contra la naturaleza del juego, contra eso que intentan los pocos niños que siguen jugando en los parques con una pelota. Es ahí, en ese reducto, donde la nostalgia y el romanticismo siguen latentes y seguirán para siempre. Es, precisamente, lo que encarna Franco Damián Vázquez: el fútbol romántico que gracias a futbolistas como él jamás desaparecerá.