Hace ya tiempo que el fútbol español hace aguas por muchos sitios. Pero eso no es novedad. Desde que el marketing y la sociedad de consumo tomaron las riendas de este deporte, la forma de entenderlo se ha ido moldeando adaptándose a los nuevos tiempos. Algo natural en el fondo si tenemos en cuenta que el mercado, la oferta y la demanda son las bases principales sobre las que se edifica el siglo en el que vivimos.
Algunos han sabido aprovechar estas nuevas circunstancias para sacar tajada. Bien sea en forma de estatus social o de rédito económico. Mentes privilegiadas que han sabido leer hacia donde dirigir la farándula para maximizar beneficios. Ahora ya el objetivo es obtener consumidores potenciales en Asia o Latinoamérica. O que personas que ni siquiera sabrían definir un fuera de juego aumenten el engagement de unas publicaciones en redes sociales cada vez más polarizadas. Una pantomima hecha consumo y vendida como espectáculo. Porque sí, el fútbol es consumo y espectáculo. Pero no el que nos espera en el futuro.
Estamos ante una nueva era que, por si fuera poco, se ha visto afianzada con los nuevos hábitos de consumo derivados de una pandemia donde las pantallas han sido las grandes vencedoras. Nuevas generaciones de futbolistas cuya primera preocupación al llegar al vestuario es subir una historia de Instagram. Un fiel reflejo de lo que se vive en el exterior.
¿Se encaminará el fútbol a las plataformas en streaming? ¿Desparecerán en un futuro las personas de los estadios? Las nuevas tecnologías, más que una ayuda, parecen una amenaza a largo plazo. Si no, que se lo digan al VAR, una herramienta más de distorsión de la realidad. Una realidad que cada vez se encamina más al metaverso.
Cosa aparte es aprovechar las influencias personales para crear redes de contactos con el objetivo de obtener beneficios mutuos. Pero eso tampoco es novedad. Es más, es algo perfectamente lícito ―y sencillamente natural en este país― para cualquier persona u organización que goza de cierto poder socioeconómico. Si no fuera porque forma parte de nuestra idiosincrasia, tampoco haría falta escandalizarse por ello. Una sorpresa poco sorprendente que conforma la realidad de la mayoría de nuestras instituciones.
Hace ya tiempo que todo se convirtió en una historia de nobles y vasallos. ¿Quién le tose a entidades que controlan la opinión pública mediante los medios de comunicación, además de la política y la economía? No hay que irse muy lejos para encontrar la recalificación de unos terrenos públicos que supusieron un ingreso de 500 millones de euros para solventar unas deudas del Real Madrid. O de que, en contra de las normas financieras, el FC Barcelona haya acumulado una deuda neta de 400 millones de euros y aún así haya podido competir en igualdad de condiciones. Por encima del bien y del mal. Pero eso no es el problema.
El problema está en el que calla y otorga. ¿Tan cuantiosa es la cantidad económica recibida por ser un sparring al servicio de lo establecido? ¿Tan valiosas son las migajas del fútbol español como para vivir a la sombra de ello? Simplemente con que cualquiera de los dieciocho equipos restantes diera un golpe encima de la mesa, muchas cosas cambiarían. ¿Tan grande es el miedo? No olvidemos que ese ‘resto’ es vital para mantener en pie un edificio llamado futbol que se va pudriendo poco a poco. Porque, sin ese ‘resto’, todo se caería. ¿De dónde se ficharían las perlas de La Masía entonces?
Hablar de la ruptura de la esencia del fútbol sería repetitivo. Ya está demasiado escrito. Más que nada, porque hace ya mucho tiempo que se perdió desde el momento en que se antepusieron los intereses económicos por delante de cualquier cosa. Algo vintage a estas alturas. Y la realidad es que el aficionado cada vez importa menos, aunque muchos se quieran engañar. Eso sí, siempre seguirá estando presente cuando se necesiten hacer campañas promocionales en YouTube. Ahí si viene muy bien recopilar vídeos.
El acuerdo con Arabia Saudí no es más que el resultado de lo que se ha alimentado en los últimos años. De nada sorprende. Y no se trata de ideas utópicas, ni de ligas de dieciocho, se trata de luchar por los derechos del resto de escudos que conforman el resto del fútbol español. Es tan sencillo como hacerse la gran pregunta. ¿Tan poderoso es el establishment establecido sin el resto?