Por mucho que el resultadismo haya llegado engullendo cualquier concepto de juego a su paso, el fútbol nunca he dejado de ser sinónimo de emoción. Todos los que lo ven y lo practican buscan con él despertar algo en su interior. Algo que los remueva.
Cualquier aficionado que se disponía a ver un partido del Sevilla lo hacía con el ánimo con el que uno se presenta en un velatorio. A esperar que el tiempo pasara lo más rápido posible para marcharse a su casa otra vez.
La verdad del fútbol no está en la plusvalía generada. Ni en números verdes que se exhiben orgullosamente en Juntas de Accionistas. Esa es la verdad para los empresarios de grandes corporaciones y para los que entiendan el Sevilla FC como una Sociedad Anónima Deportiva. Pero nunca debería de serlo para aquel que se sienta en su asiento, enciende el televisor o sintoniza la radio para disfrutar de un partido de fútbol.
Es un autoengaño bastante común ser feliz tomando los tres puntos como efecto placebo, aunque lo que veas no te transmita nada. Como una excepción, puede que sirva. Pero, como tónica habitual, se convierte en una gran mentira que el espectador genera hacia sí mismo.
Julen Lopetegui consiguió hitos incontestables para la realidad social y económica del Sevilla FC. Desde la consecución de la sexta Europa League en Colonia, lo que parecían utopías cada vez se tocaban de más cerca. Y es que el sueño de ser campeón de Liga cada vez era menos una fantasía y tomaba aires de posible realidad. Tanto para los aficionados como para los propios miembros del club.
Sin embargo, no pasa nada por admitir que el equipo se cayó hasta convertirse un cadáver futbolístico desde inicios de la temporada pasada. Desde el terreno de juego se comenzó a transmitir la nada más absoluta. El final de la historia ya estaba escrito y demandaba un cambio de protagonistas. Lo sucedido anoche en Dortmund, a pesar de la eliminación, fue el claro comienzo de algo.
La llegada de Jorge Sampaoli es incuestionable en el aspecto emocional. El argentino trae consigo un cambio de filosofía en la manera de entender el fútbol. Eso que muchos demandaban hasta aburrirse estos meses atrás.
El fútbol es un juego de emociones y el técnico argentino ha devuelto la alegría de jugar al Sevilla FC. Porque en eso se basa el fútbol, en jugar a que pasen cosas. Jugar a que no pase nada, cuando deja de ser un recurso puntual, se convierte en un sinsentido para el receptor del mensaje. Receptor que no deja de ser el aficionado y que estaba inmerso en una rutina de tedio y aburrimiento.
Ya en el partido frente al Athletic Club de Bilbao se escucharon los primeros “uy” desde la grada. Una onomatopeya que no rondaba por Nervión desde tiempos que ya parecen ancestrales. La simbiosis del equipo con la grada hace que todo vaya en la misma dirección. Y cuando todo va en la misma dirección, las probabilidades de éxito futbolístico aumentan.
Sorprendentemente, anoche en Alemania se vieron a jugadores protestar al árbitro. Todo un hito que antes no sucedía ni aunque se denegase el penalti más claro que uno se pueda imaginar. Es la señal de que algo ha cambiado. Un nuevo compás que es clave a la hora de dirigir el sentido de las energías, que ahora van desde campo a la grada y no a la inversa.
Hoy se ve el fútbol de otra manera. Una nueva perspectiva en la que los que visten de rojo y blanco tienen interés en buscar la portería rival y en poseer la pelota para algo más que defenderse con ella. Jorge Sampaoli sale reforzado tras su primera semana de vuelta en Sevilla. Un halo de esperanza que da luz a lo que parecía un callejón sin salida.