La pelota ha cambiado de tejado. Visitar el Benito Villamarín siempre es diferente, independientemente de la posición en la tabla. Por primera vez desde hace mucho tiempo, el Sevilla FC se jugará el derbi inmerso en una crisis deportiva e institucional donde la mayor duda es si será pasajera o habrá llegado para quedarse.
El temor a perder es algo que siempre existe para locales y visitantes. Nada importa el estado de forma en el que llegue cada equipo. No son pocos los béticos que, en las horas previas al partido, estarán ahuyentando conscientemente esos pensamientos que proyectan una victoria segura sobre el papel. Porque, lo más seguro, es que el Sevilla FC pierda esta noche. Pero “¿y si…?”. Ese “¿y si…?” que ronda las cabezas de unos y otros es lo que da sentido a este deporte en noches como las de hoy.
Un derbi es un derbi. Partidos en los que todo se iguala y, por mucho que locales o visitantes se sientan superiores, puede pasar cualquier cosa. No hay que irse muy lejos para encontrar antecedentes en los que lo lógico terminó por no cumplirse. Suele pasar poco, eso sí. Pero si algo tienen este tipo de encuentros es que nada está escrito.
El 27 de febrero del año 2000 ha sido la única fecha en lo que va de siglo donde los rojiblancos llegaron a un derbi en puestos de descenso. Una oportunidad única para que las nuevas generaciones puedan poner en valor todo lo vivido y la dificultad de llegar a lo más alto en el fútbol de élite.
En el terreno de juego, muchas son las incógnitas y pocas las respuestas. El excelso momento de forma del Real Betis contrasta con un Sevilla FC que continúa en la incesante búsqueda de encontrarse a sí mismo. Realidades futbolísticas totalmente contrapuestas que se miden en un duelo con un impacto emocional que transciende lo deportivo. Emociones que deambulan entre un victoria para salir del pozo y una derrota para consumar el hundimiento.
A día de hoy, la sonrisa de la ciudad se dibuja en verdiblanco. Lo más normal es que, a eso de las doce de la noche, nada haya cambiado. Sin embargo, el fútbol es efímero y se mide en noventa minutos. Tiempo suficiente para que desvanezcan las teorías… y decida la pelota.