No hay nada, absolutamente nada, que pueda ensuciar la temporada 20/21 del Sevilla Fútbol Club de Julen Lopetegui Agote. Ni la eliminación con todo a favor de Copa frente al Barça, tampoco la de Champions ante el Borussia ni muchísimo menos haberse caído de la pelea por LaLiga a falta de cuatro jornadas. Lo dio todo, absolutamente todo, y no fue posible superar a un Athletic que hizo la mejor defensa de toda la temporada. Nada que reprochar.
Aunque no estaba invitado a la fiesta elitista del fútbol español, el Sevilla FC se presentó a falta de cinco jornadas orgulloso de lo conseguido durante la temporada regular. Sabiendo que su objetivo, dada la situación, era el de ‘reventar’ esa reunión de los mismos de siempre, el romper el status quo era un objetivo goloso. No era el suyo, ni muchísimo menos. Solo hay que fijarse en los trajes de los tres invitados por decreto para darse cuenta que estaba en un lugar que no le correspondía. Mientras los de Nervión se presentaron con un traje de Zara, los demás lo hicieron de Louis Vuitton, Victorio y Lucchino y Armani tras aparcar sus Ferraris en la puerta.
Lopetegui, Monchi y los suyos hicieron prácticamente suyo el objetivo de ser campeón de liga, arrastrando a toda la parroquia sevillista consigo. No era su obligación, ni su aspiración -por ahora- y tampoco tocaba en la segunda temporada de un proyecto de tres años que se ha ampliado a un cuarto recientemente, pero el poder de la ilusión es mayúsculo en un equipo en el que todo es corazón. Esa posibilidad, por mínima que alguno nos parezca, era real. El Sevilla se había ganado por méritos propios estar en esa fiesta por todo lo que había trabajado durante una temporada sin descanso, que muchas veces nos olvidamos de que no han tenido apenas días para recargar las baterías.
Acabó sucumbiendo a la presión de un objetivo que se había autoimpuesto por las circunstancias. Jamás se sintió cómodo ante un Athletic que hizo lo que tenía que hacer para frenar al Sevilla. Pese a que en la primera mitad gozó de oportunidades que no pudo materializar, en la segunda se pudo ver a un equipo ansioso con Ocampos como máximo exponente. Tampoco estuvo acertado Lopetegui, uno de los entrenadores de Europa con mejor lectura de los partidos, con los cambios, sacando del césped a Suso. El impulso de demostrar lo que podían hacer él y su Sevilla le llevó a excederse y errar en sus intervenciones.
Con todos los récords batidos y los que quedan por romper es imposible achacarle nada a este equipo. Se metió de lleno donde no lo querían. Ni los tres de siempre ni LaLiga ni la RFEF. Ese penalti de Balenziaga no señalado por Gil Manzano hizo que por la cabeza se recreara esa caída en el área en Mallorca en 2007 que no sancionó Iturralde y que años más tarde reconoció que se equivocó en su decisión. El techo de cristal, por una cosa o por otra, no lo ha podido romper el Sevilla, pero cada año que pasa está más cerca de resquebrajarlo.