En el fondo, el palo era necesario. Tras una campaña orquestada por líderes de opinión y ‘periodistas’ afines, muchos se sorprendieron después de ver cómo un objeto volaba desde la grada. Alimentar a masas influenciables con un discurso conspiranoico no podía evitar que pasara lo que ―tarde o temprano― tenía que terminar pasando. Un ejemplo de la enorme influencia del poder mediático para modelar patrones de conducta.
Muchos aprovecharon para esconderse analizando la dramaturgia después del impacto. Intentando justificar lo injustificable. Pero todos saben en el fondo que, esa supuesta exageración, en las mismas circunstancias y con los papeles intercambiados, hoy estaría siendo tildada de heroica y de un homenaje a la picaresca.
La agresión, más allá de su gravedad, sienta un precedente lamentable con la reanudación pocas horas después del incidente. Con nocturnidad ―y cierta alevosía― se anunció que el encuentro debía concluirse al día siguiente. ¿Qué habría pasado si el objeto impacta en el árbitro? ¿Y si el material hubiese sido otro en lugar de PVC? Establecer una valoración en base a la consecuencia del hecho hace que nos olvidemos del hecho en sí: usuarios cognitivamente limitados siguen teniendo acceso a los estadios de fútbol. Pero el problema no está en permitir su entrada ―algo que no se puede controlar― sino en alimentarlos.
Las reacciones institucionales hablan por sí solas. Una llamada a la cordialidad que contrasta con una defensa de lo indefendible que no hace sino fomentar que ―más pronto que tarde― vuelvan a volar objetos desde la grada. Y no de PVC. Es lógico, y hasta cierto punto entendible, que el periodismo local no quiera señalar públicamente a altos cargos que han sido partícipes de algunas actitudes, ya que su puesto de trabajo depende de mantener una relación cordal con el club. Todo ello, después de presenciar una banalización de la violencia que ―aunque se esconda detrás de la cortina de la guasa― trae consigo un trasfondo un tanto peligroso.
Termina así un derbi más digno del Cirque du Soleil que de un estadio de fútbol. Las reacciones de los principales implicados no son más que un reflejo de la realidad institucional, social y futbolística de la ciudad de Sevilla. Dicen que es más importante saber ganar que saber perder. Aunque, eso sí, la falta de costumbre puede afectar a saber gestionar la victoria. O, mejor dicho, ese afán por querer compararse. Un discurso que, dentro de décadas, pasará de generación en generación hasta que, quién sabe, haya quien diga que fue el propio Joan Jordán el que tiró el objeto a la grada.
Efectivamente, el palo era necesario para definir etiquetas y eliminar falsos corporativismos. Un palo que, aunque no represente al Real Betis como institución, ni a una gran parte de su gente, ha puesto de manifiesto la esencia de una supuesta minoría que a lo mejor ―en el fondo― no lo es tanto.